Caminaba afanosamente pensando que me podía escapar. Sin
embargo, estaba consciente que no había salida. Por donde quiera que enfilara
mi mirada, que orientara mis oídos, que centrará mi atención en la vía
contraria, estaba seguro, no lograría
evitarlo. Un balón, este año Brazuca me alcanzaría ineludiblemente.
Estoy seguro que lo narrado hasta este momento se asemejará,
para unos a una larga y amarga pesadilla. Para otros será música para sus
oídos.
Sea como sea, lo expresado es una realidad.
Desde el mismo inicio de la llamada “gran fiesta
futbolística”, no queda un espacio libre de este deporte. No hay espacio
público o privado donde no haya un televisor sintonizado en el mundial de
fútbol. Desde un puesto de hamburguesas o perros calientes ambulante, hasta el
restaurante más ostentoso, siguen de cerca cada partido de equipos cuya bandera,
país, idioma, religión o ubicación geográfica fuera medianamente conocida.